lunes, 22 de octubre de 2012

Una historia para contar

Siempre que se empieza una nueva etapa en la vida es normal sentir nerviosismo y expectación. Sin embargo el sentimiento que albergo me viene a recordar viejos tiempos de desdichas. El tiempo pasado de vuelta en Málaga me ha tocado con la rutina que dejé, además de una serie de cambios como es normal en el mundo; cambios que han trastocado la rutina.

Obcecarse con un objetivo tiene el peligro de obsesionarse con éste y exagerar ante los fracasos. Tengo la sensación que los años han pasado como si de un sueño se tratara y el sueño poco a poco va tornándose en una pesadilla. Sucede como en cualquier otro sueño, en el que tu meta es el paraíso y en el camino las cosas se van enredando.

Recuerdo aquel día en el que tomé el avión hacia el norte del continente buscando una nueva experiencia, renovar los aires y buscarme a mi mismo que hacía tiempo no me veía ni en el reflejo del espejo. Tomando aquel tren que me conduciría a la residencia, con aquel idioma que me recordaba al élfico del "Señor de los anillos", aquel cielo tan azul acompañado del verde tan intenso. La primera semana, con sus juegos de introducción a la universidad, las clases tan peculiares con sus materiales didácticos, la gran cantidad de gente diversa de distintos países que no hubiera imaginado conocer, y lo más importante, mi libertad para hacer con el tiempo lo que quisiera sin tener que dar más cuenta que a mí mismo.
El tiempo fue pasando, contento con mi nueva situación y sin tener ganas de incluir a ninguna segunda persona en mi vida cuando, apareció ella con su sonrisa y su presencia. Las conversaciones se sucedían en las largas noches hasta que el sol asomaba por la ventana anunciando el inicio de un nuevo día y nosotros con más ganas de seguir conociéndonos. Desde un principio se veían algunas incompatibilidades entre los dos, asperezas o desacuerdos que eran irrelevantes ya que nunca me había sentido como aquel entonces; cautivado por una persona llegando a lo más adentro de mi ser.
Con el final del año abordaban las dudas de cómo se iba a presentar la nueva relación, una relación que tendría que hacer frente a la gran dificultad de la distancia acompañada del tiempo. La siguiente visita era esperada con ansias, le iba a mostrar mi tierra de la que me siento orgulloso y fue entonces donde nos prometimos amor eterno. Encontré una mujer que le dio sentido a mi vida y por la que sentaría la cabeza con más razón, pero ello requería hacer las cosas bien y finalizar los estudios antes de independizarse.

Dos años después, tras sólo hacer uso de mi tiempo para estudiar y exprimir mis capacidades más de lo que dan de sí, como nunca hice jamás en mi vida, la recompensa iba a ser iniciar la siguiente nueva etapa. Sin embargo, esta vez no me encuentro con aquella fuerza y nerviosismo de ilusión ante lo desconocido. Sin embargo, esta vez siento miedo, desconcierto y muchísima resignación. Dos años han pasado entre papeles y nervios, entre cafés y exámenes, entre apuntes y cuatro paredes. Yo contra el mundo y mientras tanto una mujer que me anhela, mujer a la que anhelo; sentimiento que debo ignorar para poder derrotar a mis demonios y salir en la búsqueda de mi amada tras la victoria. Demasiadas batallas se forjaron y demasiados problemas que no atendí como se debieran haber atendido. Ahora son heridas de guerra, cicatrices que duelen cuando el tiempo empeora y recuerdan las malas pasadas haciéndolas incluso rebrotar ensangrentándolo todo.
Como hemos aprendido de las películas, nunca es tarde para recuperar al verdadero amor... y yo necesito jugar la última baza antes de tirar la toalla.

Que sea lo que Dios quiera, dirían algunos. No queda otra que aceptar lo que venga, abiertos a cualquier final.

Continuará...

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