martes, 11 de diciembre de 2012

Tea time in Wonderland.

Hum, realmente no lo entiendo. Se sufren discusiones, que crean roces por un futuro que es a muy largo plazo, que la vida da mil vueltas y no tiene mucho sentido planteárselo como objetivo. Sin embargo hay que sentarse a hablarlo, "calentarse" en la discusión porque no se coinciden las opiniones y, realmente, no tengas ni ganas de pensarlo por la lejanía tan abismal del asunto.

¿Que no te gustan los niños propios pero sí lo de los demás? ¿Que no tienes instinto maternal? Dale tiempo a tus hormonas que todo llegará. Y si, finalmente, resulta como tú dices pues... ¿para qué discutirlo?¿Dónde me gustaría vivir? ¿En qué  me gustaría trabajar? Pues tengo ya un cuarto de siglo, y desde que tengo uso de "razón" los orientadores del colegio e instituto me lo preguntan y siempre he contestado lo mismo: "no lo sé, simplemente sé que estaré trabajando y seré feliz". ¿Qué te puedo decir? Sigo con las mismas expectativas, puede que sea una persona que se deje llevar en la vida sin preocuparse realmente. Pero, considero que no hay motivos por el que enfadarse ni posicionarse inamovible; como ya se dijo en la antigua Grecia "Nunca te bañarás dos veces en el mismo río."(Heráclito)


No sé cómo se plantearán las vacaciones en el futuro, ni pretendo hacer un plan fijo en el que muestre cómo decido pasar las vacaciones. No sé en qué trabajaré, no sé si podré pedir vacaciones para los días señalados, no sé siquiera si será posible retornar a casa. Lo único que he tenido siempre claro, hasta ahora, era que todo lo quería pasar contigo, lo demás me ha importado bien poco.

Pues bien, ahora estamos agrietados, debilitados y dubitativos por pretender hacer planes inamovibles sobre lo que haremos a partir de mañana hasta siempre; y lo más gracioso es que empiezas a plantearte, ahora, las opciones contrarias que antes defendiste con uñas y dientes.

Más vale tarde que nunca, pero... ¿y si es demasiado tarde? En fin, ¿qué puedo decir? No sé si reírme o echarme a llorar.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

πάθος

Las etapas de la aceptación son:
1) La negación
2) La ira
3) La negociación
4) La depresión
5) La aceptación

Son aplicables a cualquier evento traumático, ya sea una enfermedad crónica o simplemente un evento personal en la vida de uno. Y yo, paso el día "enmimismado" preparando regalos de adviento, con poco contacto personal en general y... no lo estoy echando de menos. No estoy seguro de si he entrado en la última etapa del proceso de aceptación y ya estoy en paz con la realidad, ya que cada día no veo ni bueno ni malo que pase lo peor, simplemente es... carente de matiz.

Cierto es que reconozco dichos pasos en el transcurso de éste ultimo episodio en el que estoy inmerso en la actualidad; así que tampoco es de extrañar que, ciertamente, esté en el paso último de la aceptación. Paso placentero y que me da armonía "espiritual". De hecho, encuentro reconfortante el pensar en mi vuelta a casa y hacer las cosas que me gustan: patinar, tocar con mis colegas, salir a hacer el lila, etc.

Una noche subiendo a los montes con una amiga, le pregunté si me estoy tomando la vida demasiado seria y a pecho, siendo poco indulgente conmigo mismo y estricto. Ciertamente, estoy orgulloso de tener mis principios y valores claros y los defiendo, pero tampoco debo excederme en mi "rectitud" y debo disfrutar más de las cosas con la gente incluyéndome dentro del propio grupo y no al margen con éste. Al fin y al cabo el tronco que no cede al viento termina partiéndose.

Sin traicionarme a  mí mismo, teniendo un poco más de amor propio seguiré caminando aprendiendo en mi camino e intentando no perder la paz mental.




lunes, 22 de octubre de 2012

Una historia para contar

Siempre que se empieza una nueva etapa en la vida es normal sentir nerviosismo y expectación. Sin embargo el sentimiento que albergo me viene a recordar viejos tiempos de desdichas. El tiempo pasado de vuelta en Málaga me ha tocado con la rutina que dejé, además de una serie de cambios como es normal en el mundo; cambios que han trastocado la rutina.

Obcecarse con un objetivo tiene el peligro de obsesionarse con éste y exagerar ante los fracasos. Tengo la sensación que los años han pasado como si de un sueño se tratara y el sueño poco a poco va tornándose en una pesadilla. Sucede como en cualquier otro sueño, en el que tu meta es el paraíso y en el camino las cosas se van enredando.

Recuerdo aquel día en el que tomé el avión hacia el norte del continente buscando una nueva experiencia, renovar los aires y buscarme a mi mismo que hacía tiempo no me veía ni en el reflejo del espejo. Tomando aquel tren que me conduciría a la residencia, con aquel idioma que me recordaba al élfico del "Señor de los anillos", aquel cielo tan azul acompañado del verde tan intenso. La primera semana, con sus juegos de introducción a la universidad, las clases tan peculiares con sus materiales didácticos, la gran cantidad de gente diversa de distintos países que no hubiera imaginado conocer, y lo más importante, mi libertad para hacer con el tiempo lo que quisiera sin tener que dar más cuenta que a mí mismo.
El tiempo fue pasando, contento con mi nueva situación y sin tener ganas de incluir a ninguna segunda persona en mi vida cuando, apareció ella con su sonrisa y su presencia. Las conversaciones se sucedían en las largas noches hasta que el sol asomaba por la ventana anunciando el inicio de un nuevo día y nosotros con más ganas de seguir conociéndonos. Desde un principio se veían algunas incompatibilidades entre los dos, asperezas o desacuerdos que eran irrelevantes ya que nunca me había sentido como aquel entonces; cautivado por una persona llegando a lo más adentro de mi ser.
Con el final del año abordaban las dudas de cómo se iba a presentar la nueva relación, una relación que tendría que hacer frente a la gran dificultad de la distancia acompañada del tiempo. La siguiente visita era esperada con ansias, le iba a mostrar mi tierra de la que me siento orgulloso y fue entonces donde nos prometimos amor eterno. Encontré una mujer que le dio sentido a mi vida y por la que sentaría la cabeza con más razón, pero ello requería hacer las cosas bien y finalizar los estudios antes de independizarse.

Dos años después, tras sólo hacer uso de mi tiempo para estudiar y exprimir mis capacidades más de lo que dan de sí, como nunca hice jamás en mi vida, la recompensa iba a ser iniciar la siguiente nueva etapa. Sin embargo, esta vez no me encuentro con aquella fuerza y nerviosismo de ilusión ante lo desconocido. Sin embargo, esta vez siento miedo, desconcierto y muchísima resignación. Dos años han pasado entre papeles y nervios, entre cafés y exámenes, entre apuntes y cuatro paredes. Yo contra el mundo y mientras tanto una mujer que me anhela, mujer a la que anhelo; sentimiento que debo ignorar para poder derrotar a mis demonios y salir en la búsqueda de mi amada tras la victoria. Demasiadas batallas se forjaron y demasiados problemas que no atendí como se debieran haber atendido. Ahora son heridas de guerra, cicatrices que duelen cuando el tiempo empeora y recuerdan las malas pasadas haciéndolas incluso rebrotar ensangrentándolo todo.
Como hemos aprendido de las películas, nunca es tarde para recuperar al verdadero amor... y yo necesito jugar la última baza antes de tirar la toalla.

Que sea lo que Dios quiera, dirían algunos. No queda otra que aceptar lo que venga, abiertos a cualquier final.

Continuará...

viernes, 12 de octubre de 2012

Dies irae.

La vida, ese algo que carece de sentido concreto y que tanto nos invade en nuestros pensamientos para hallárselo.
Te paras y observas alrededor; el ser humano saca partido, cuando puede, del más desfavorecido, cuando nos instruyen desde pequeños que lo mejor es ayudar al prójimo; ayuda que, en verdad, sólo unos cuantos quieren que se la brindemos para simple beneficio propio. Llamamos vida a la continua decadencia que es la realidad, al conjunto de sucesos que conllevan al equilibrio sumo que es la muerte, y aún así en la muerte continuamos nuestra decadencia para otros.

¿Qué te queda, pues, cuando por todo lo que has luchado y creído deja de existir? Aquella luz que te dio esperanzas se consume allá en el horizonte cual vela en una habitación que nunca llegas a alcanzar. ¿Y después? ¿Qué? Ya no quedan esperanzas, ya no quedan alegrías. Las dudas se convierten no en un motivo por el que adentrarse a lo desconocido, sino en el conocimiento de que más adelante puede que no haya más nada que merezca la pena.

¿Para qué esforzarse entonces si nada tiene sentido?

viernes, 30 de marzo de 2012

Anotaciones de un despertar.

Siete de la mañana, un día húmedo después de una noche entera lloviendo. "Abril aguas mil" dicen los viejos dichos de la tierra, y este año no va a ser el que quiebre la dinámica.
Hay mucho trabajo que hacer y hoy va a ser un día largo, lo siento en los huesos, pero eso no va a detenerme.
Como todos los días, caliento el agua de la ducha mientras no pierdo la temperatura de la cama arrimando los pies al calentador, preparo la cuchilla de afeitar y espumo el jabón con la brocha. Tengo la piel áspera y la navaja raspa más de costumbre haciendo más visibles las grietas de mi rostro, el frío, las prisas y mi falta de cuidados son grandes enemigos para mi imagen de persona corriente. Pero hoy, como todos los días, no tengo tiempo para hidratarme, mañana lo haré con más tranquilidad después de la ducha.
En la ducha, las gotas de agua, tibia, van cayendo sobre el pelo resbalando, conectando unas con otras en la piel hasta construir pequeños regueros que en cuestión de segundos tornan a ser corrientes y cascadas que se precipitan al vacío en busca del fondo de la bañera. Son en estos momentos cuando uno querría detener el tiempo y disfrutar el placer del agua recorriendo cada poro, cada centímetro, cada rincón liberando el cuerpo de las toxinas y tensiones, como si una energía recargara el espíritu desde dentro dándote el equilibrio del Nirvana que tantos milenios llevan buscando los monjes budistas.

El café negro con su aroma embriagador llena cada rincón de la habitación entremezclándose con el olor de las tostadas recién hechas untadas de mantequilla. Mezcla, invisible pero que debe realizar la misma danza que sucede en mi taza de café cuando vierto la leche. Las infinitas formas de los dos líquidos que en un principio eran de propiedades tan diferentes, se van uniendo poco a poco dejando atrás toda pertenencia a sus diferentes mundos. Si la mezcla entre los dos fluidos se asemeja tanto a los movimientos atmosféricos y sucede en la taza que tengo entre las manos, ¿qué no puede estar repitiéndose a escala menor que yo me esté perdiendo?